Un aplauso a cosas que ocurren antes de que se abra el telón

Entrada en mano, atraviesas la puerta, te sientas, se apagan las luces. En la platea, una retahíla de ojos bien abiertos, mayores y jóvenes, apuntan al escenario, curiosos, apasionados, emocionados. Se hace el silencio que precede a la tormenta de emociones... ¡Empieza el espectáculo!

Empieza de esa manera. Porque el espectáculo, o al menos su cocción, había comenzado bastante tiempo atrás, varios meses antes. Con aquellas ideas locas que se lanzaron al vacío, sin red de protección. Algunas morían estampadas, mientras otras sobrevivieron, entrelazándose para ir conformando lo maravilloso y único que ocurre en el escenario cuando las luces se encienden.

Lo que allí verá el público suele ser el resultado de una larga cocción, donde ciertamente habrán pasado muchas cosas. Os confesamos que en La Baldufa nos va el fuego lento, y en esta cocción reposada, en ese cuidado por el detalle, hay unos días que para nosotros son siempre esenciales. Unos días en los que renunciamos a la familia, donde nos alejamos de nuestros entornos habituales (éste sería el precio a pagar) para sumergirnos totalmente, 24 horas al día y 7 días a la semana en el proceso de ensayo. Y lo hacemos en un entorno con profesionales, técnicos, productores, que dotan de gran calidad a esta parte final de la creación de un espectáculo. Un espacio y un tiempo de inmersión total, en el que las creaciones toman la forma definitiva. Estos espacios son las residencias, y, después de muchos años disfrutándolas, pensamos que es necesario reconocer las virtudes del modelo que tiene nuestro país vecino.

El modelo de residencia de creación francés aporta recursos y profesionales para realizar bien el trabajo. La administración entiende que generar estos espacios de creación es importante para los artistas y dota a su trabajo de calidad. Lo que se logra va más allá de un nivel de ensayo óptimo. Se teje un proyecto cultural (de teatro, pueblo o ciudad) con una mirada transversal, donde mientras se cuece el espectáculo hay un trabajo de mediación con el entorno, donde tienen cabida contrapartidas como las actividades paralelas de formación en las escuelas. Y donde también se propicia la creación de públicos previos, un trabajo de largo recorrido que las residencias en Francia también facilitan.

Seguramente no descubramos aquí las sopas de ajo cuando insistimos en que la cultura quiere tiempo, espacio y condiciones. Y en esto conviene agradecer a países como Francia que marquen el camino, y trabajar para que este modelo de residencia transversal sea cada vez más habitual en nuestra región.